Y yo, ¿puedo padecer de estrés?
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Por supuesto que sí.

Distintas investigaciones sustentan la relación entre el estrés y ciertos padecimientos de salud, tales como cáncer, problemas cardíacos, alergias, depresión y ansiedad entre otras. Algunos le han llamado la enfermedad del siglo XXI porque parece que no existe ser humano que escape a sus tentáculos.

Para hablar del tema hay que remontarse al húngaro Hans Selye, quien definió el estrés como la “respuesta no específica del cuerpo frente a cualquier demanda”. Veamos qué significa ello.

Respuesta no específica, significa que no existe una respuesta universal frente al estrés. Lo que estresa a un individuo podría ser el paraíso para otros. Por ejemplo, hay personas que consideran que cocinar es una actividad relajante, mientras que para otros es lo más estresante que existe. Es por ello que la primera pregunta que debemos hacernos para empezar a manejar el estrés es: y a mí, qué me estresa?

Del cuerpo, significa que todo lo que somos reacciona. Desde lo físico, pasando por lo emocional, social, cognitivo (pensamientos) hasta la dimensión más trascendente del ser humano: lo espiritual.

A nivel físico nos encontramos con resfriados frecuentes, úlceras, dolores de cabeza, nudos dolorosos en la espalda, alteraciones menstruales en la mujer, dificultades en la sexualidad femenina y masculina. A nivel emocional la persona estresada podría padecer de ansiedad, depresión, arranques de ira (explosiones), y otras tantas más. En lo social, la persona podría aislarse debido al agotamiento que sufre el cuerpo ante períodos prolongados de estrés, es decir, no quedan energías para cultivar una sana vida social, y si hay afectación emocional como una tristeza profunda, es más difícil para el individuo tomar la decisión de buscar de ese apoyo social.

En lo cognitivo, ocurre lo que se llama taquipsiquia, que no es más que un pensamiento acelerado, que lleva a conductas precipitadas (arranques de ira). Solemos describir a estas personas, con estas conductas como impacientes.

A nivel espiritual, cuestionamos las creencias que siempre nos han sustentado, nuestra fe, nuestra confianza en un Poder Superior. Esta es la consecuencia más grave del estrés, porque afecta lo trascendente, lo que va más allá de lo físico e intangible que también hace parte de la experiencia humana.

Frente a cualquier demanda. Nuestra vida diaria está llena de demandas, de expectativas, tanto internas como externas. En la vida laboral, familiar, social, estudiantil, se nos plantean retos. Pensemos por ejemplo en el trabajo. Las últimas tendencias en cuanto a rendimiento están asociadas a cuánto producimos, en el menor tiempo y al más bajo costo posible. En ocasiones, tales demandas son demasiado alejadas de la realidad. Y si además tenemos rasgos perfeccionistas y poco asertivos, nuestras propias demandas internas nos envuelven en una espiral que nos lleva a enfermar física y psíquicamente.

Entonces, qué debo hacer para aprender a manejar mi estrés. Aquí te proponemos un plan de acción muy concreto y práctico:

  1. Identifica tu particular fuente de estrés y desarrolla estrategias que te ayuden a manejarlo.
  2. Haz ejercicio físico.
  3. Mientras trabajas, en casa o en la oficina, toma breves descansos cuando tu cuerpo lo necesite.
  4. Escucha las señales que te manda tu cuerpo y atiende a esas necesidades.
  5. Desarrolla tu vida espiritual. Los expertos están de acuerdo en que esta es la vía más importante para manejar el estrés.
  6. Construye una red social de apoyo, preferiblemente con personas que practiquen una profesión u oficio diferente al tuyo(a).
  7. Dedícale tiempo a tu familia.
  8. Evita las bebidas alcohólicas y la cafeína. Lleva una dieta balanceada.
  9. No pospongas tus vacaciones. Planifícalas.
  10. Reconoce que necesitas ayuda: busca un coach si sientes que no puedes manejarlo tú solo(a)

Para terminar, es interesante saber que existe una forma de estrés positivo llamado estrés el cual es la materia prima necesaria para levantarnos cada mañana e ir a trabajar, arreglar la casa, atender a nuestra pareja e hijos, tener metas y proyectos personales y laborales. Manejar el estrés no es sinónimo de eliminarlo, sino usarlo sabiamente para bendecir a otros y a nosotros mismos.